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El Amawta

Era de cara sonriente, de pelos ya casi canosos y rizados, de barba tupida y con una mano entumecida producido por su primer derrame. El Amawta compraba sus caramelos para sus cráneos humanos que él decía que eran de gentiles que estaban en el perímetro de su chacra. Ellos le cuidaban de malos espíritus y sus guardianes de todo mal augurio. Cuando revisaba los potes y estaban vacíos se alegraba, y con su voz fuerte exclamaba:¡Mis calaveritas han comido sus caramelos!; los nietos que estaban escondidos en el pequeño matorral le escuchaban. Él sabe que ellos han comido los caramelos, no es ningún tonto, ha sido profesor durante 30 años enseñando en pequeños pueblos contratados en su mayoría por dueños de haciendas que quería educar a los hijos de sus mitayos. Había nacido en un pueblo cercano a San Miguel de Pallaques hijo de un campesino, había nacido alrededor de 1920 y desde niño siempre soñaba con ser un hombre letrado; en sus sueños veía a su abuelo andando junto a Miguel Iglesias