Juventud, divino tesoro: ¿Para cuándo el reencuentro?
Se propusieron varias
propuestas, y cada salón tenía su propio nombre, así que el profesor Luque
decidió bautizarlo de "juventud, divino tesoro" un poema de Rubén
Darío al no ver un acuerdo favorable.
El profesor Luque de nuestra aula el sexto
B era aquel profesor de la antigua, disciplinado y muy recurrente a exigir
académicamente a sus alumnos, aunque se rascaba la cabeza al ver cuando algunos
no le comprendían y volvía a repetir y entonces mostraba esa vara de limón el
cual todos le teníamos pavor. Éramos el aula más disciplinaba cuando él estaba,
si salía se armaba el quilombo, y entonces se colocaba alguien de centinela en la
ventana y cuando apenas se divisiva su minúscula silueta su función era alertar y todo el ambiente
del salón quedaba inerte en un silencio total con cero decibeles de ruido. El siguiente paso era poner esa cara
de niños angelitos y con un poco de sonrisa que escondía haber hecho alguna
travesura: escondido una mochila, peleas habituales, intento de dar un beso a
una compañera del salón o haber realizado un garabato en la pizarra; quizás una frase tonta,
o gónadas mal dibujadas que el profesor Luque pegaba la mirada al brigadier que
empezaba a temblar de miedo y tenía que delatar a fin de que no le caiga la
paliza, y con voz temblorosa decía fue "N", "E",
"L", etc. Su voz enérgica se le escuchaba tan nítida y casi aterradora:
“al frente"; quizás recordaba sus días en el ejército o aún no asimilaba la sociedad civil y
creía que éramos reclutas el cual disciplinar y educar al mismo tiempo, quién
sabe, nunca lo sabríamos. Cuando el castigado pasaba al frente, tenía que
pararse de manera erguida, posición militar de firmes y solo tenía que cerrar
los ojos y se oía el brutal golpe en las piernas de esa varita mágica que los
llamábamos el "corregidor".
El castigo que todos teníamos miedo era al
"pensador"; una lagartija con los codos en el piso con las manos a la
cara y mirando al piso concentrados en una tabla de multiplicar que
teníamos que repetir cual menudos loros; y cuando estábamos listos, pasamos a su
examen e iniciaba a preguntarte de manera muy rápida:- "5x9"; y en menos de un segundo tenías
que responder, y el castigador muy cerca de él. Era parte de su indumentaria
de docente y los planes por desaparecer al “corregidor” era algo tentador que
nunca se concretó, lo dejaba en su pupitre; y tenía que encontrarle ahí, nadie
se atrevía a tocarle o al menos acercarse al pupitre bajo la amenaza de castigo
a todos si desapareciese.
Al final de año, organizaron la
ansiada fiesta de promoción uniendo las dos secciones y recalco que el profesor
de la otra sección(sexto A) era una antonimia respecto al profesor Luque; no les
castigaba a sus alumnos. En clases se escuchaba risas, gritos y un desorden
total. Nuestro salón: ni un solo movimiento, pávidos en todo momento, todos mirando al profesor y
atentos a su clase. Así que un día tomé la decisión de hacer mi tarea en crear
un cuento poniendo el nombre completo de mi personaje principal de un cerdito el
nombre de uno de mis compañeros. Se acercó me miró y exclamó -"Levántate"
–¿y cuál es tu pierna sana?-Preguntó, -"la izquierda"- Respondí tembloroso.
-"Nunca pongas un nombre completo de una persona en un cuento"-recalcó enérgico. El “corregidor”
cayó cual brutal látigo en el pantalón que duele hasta las entrañas y queda una
marca de color casi rosa en la piel; que, si ahora sucediese esto, un padre
mataría al profesor si su hijo llegase así a casa. Me reí después del látigo, y
aún me sigo riendo, hasta que comprendí que en la vida todos merecemos respetar
y que nos respeten.
Cuando llegó la hora de poner el nombre de
la promoción, se propusieron varias propuestas, y cada salón tenía su propio
nombre, así que el profesor Luque decidió bautizarlo de "juventud, divino
tesoro" un poema de Rubén Darío al no ver un acuerdo favorable y así
imprimieron los pergaminos con una foto oficial donde figuro en la primera
fila con un cabello bastante crecido y siendo uno de los más pequeños de
estatura. La mayoría pasó para el colegio secundario local, otros no pasaron a la secundaria, de otras escuelas se colaron, otros nunca se supo que les pasó, al
final solo veinte estudiantes llegamos a la meta de egresar la secundaria. Así
que al final del día tomamos por mayoría nuevamente de llamar a nuestra
promoción de egreso: “Juventud, divino tesoro" acordándonos del profesor Luque. Siendo honesto en la foto
oficial soy el más pequeño, aun no había cambio nada en ese aspecto solo cambiaron
nuestros rostros que ahora eran adolescentes y sonrientes; con pelo más corto y
con las camisas escritas con deseos de buenas suerte y garabatos sin sentido.
Hace unos meses alguien se animó
crear el grupo del WhatsApp; así que todos casi frívolos atinaron a escribir solamente un
“hola”. Alguien del grupo solo se mostró muy animando al reencuentro que arenga a tal evento escribiendo un
texto inmenso e interminables audios. Todos le dejan en visto; se enfurece, vuelve a decir por un
mensaje extenso que resumo: “que por qué tan frío el grupo”; igual nadie le hace caso, solo
atina al día siguiente decir un “hola”; igual nadie le hace caso; al día
siguiente envía un audio reclamando la falta de seriedad y entrega del grupo;
nadie le contesta, y yo respondo con un mensaje burlón "no tienes otros
amigos que fastidiar" los mensajes se llenan y se arma algo de polémica,
luego me envía de manera personal un audio increpándome porque no quiero que
les salude al grupo y recalcando que soy tipo amargado, un cínico y que ahora
no me interesan los amigos de colegio. Solo respondo con un “hola, espero que
te encuentres bien, saludos cordiales”. Jamás se cansa, y casi a diario nos
escribe, y casi nadie responde, y el reencuentro se hace más lejano, como un
sueño de adolescente.
Esta noche, con escaso sueño me puse a
responderme a mí mismo sobre el significado del poema de Rubén Darío, que
inicia:
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro
y a veces lloro sin querer
El profesor Luque nunca se equivocó, muy
tarde entendí el mensaje. Siendo muy jóvenes(adolescentes) nunca pensamos en un
mañana, amamos ilusiones que luego se esfuman efímeramente, peleamos, decidimos
que vamos hacer el resto de nuestras vidas, damos nuestro primer beso,
aprendemos a flipar, a llevar culpas, a superar traumas, a limar actitudes, a
ser rebeldes, buscar beber tu primer trago y todo placer en la vida. Eso es un
sueño tan rápido que solo distan de un tiempo que pareció ser eterno y al mismo
un final que sabes que los amigos que compartiste parte de tu vida nunca
volverás a verles, o solo de pasada con un “hola, ¿Cómo estás?”, jamás nada
regresa solo avanza. Dejo de escribir esto por que recibí al grupo de WhatsApp el siguiente mensaje
“Hola promos cm estás, K es de sus vidas” del mismo compañero que no
se cansa de escribir y jamás lo hará por que aún cree en el recuentro.
PDT: Disculpen la forma como escribe el
compañero, se coló en la secundaria (estudió en otra escuela) nunca pasó por la
cátedra del profesor Luque que revisaba hasta el último detalle de ortografía
en las tareas y yo aún no soy buen redactor; creo que si ve esto me buscará con
su “corregidor” a castigarme.
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